Está cambiando el tiempo y la sonrisa del otoño, a veces naranja, a veces gris, se asoma a nuestras ventanas. Paseo cerca del río sobre una alfombra de hojas secas, huele a lluvia, pero no llueve aún y el tierno y arrugado gris del cielo se transforma en tierna nostalgia dentro de mis ojos. Escucho los latidos del recuerdo que navegan por otros otoños.
Ahora comienzan a caer las primeras gotas de lluvia que en los retazos de mi sueño son lágrimas de emoción que resbalan silenciosas sobre la piel de mi memoria.
Inapropiado es a veces recordar porque las escalas de tiempo son difíciles de controlar desde la reminiscencia. Estoy recordando uno de mis primeros cuadros, aquel que pinté el primer otoño que pasé en la Toscana. Parece que fue ayer. Sobre un lienzo, de apenas medio metro, había pintado un montón de hojas secas y entre ellas, escondidos, unos ojos que lloraban.
La belleza de las colinas toscanas cuando se tiñen con los colores de la otoñada es inenarrable. Esa amplia paleta cromática de rojos, naranjas y amarillos es la que traté de plasmar en la acumulación de hojas. Los ojos llorosos eran los míos, unos ojos llenos de emoción por la contemplación de tanta belleza.
Ahora sopla un viento ligero y los pensamientos vuelven a volar hacia otro otoño. En el patio de mi casa paterna, las temblorosas manos mi abuela cascaban nueces y pelaban frutos secos para hacer un dulce. La serena paz de su mirada desde el dulce poniente de su vejez era un cáliz de amor que envolvía mi juventud. Aquel fue su último otoño.
Ahora llueve sobre el río y sus aguas se han teñido de nubes blancas. Como la lluvia sumerge su elemento líquido en la corriente que se apresura a morir en el océano, así la mirada se ahoga en esta primera tarde de lluvia otoñal paseando mi recuerdo por los cincuenta y siete otoños ya vividos.
Vuelvo a casa, cae la lluvia y cae la noche. Honda calma vierte este otoño que me hace meditar el otoño final de cada vida, estación de deshojamiento que nunca desearíamos que llegara pero que siempre llega para entregarnos en las manos invernales de la muerte o en el jardín sereno de la eterna primavera.
Imagen: Claude Monet – Autunno a Argenteuil –

por @mbellido

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