La semana pasada estuve en Suiza, un país donde el bienestar social y el nivel económico de sus habitantes son notables. La economía suiza está basada en una mano de obra altamente cualificada ya que está muy desarrollada la microtecnología, la alta tecnología, la biotecnología y la industria farmacéutica. Sectores que mueven muchísimo dinero.  Por supuesto también la banca y los seguros.

Hablando con las personas,  se nota en ellos la tranquilidad que ofrece  tener una cierta seguridad económica. Aunque en Suiza se acabaron los tiempos gloriosos del crecimiento económico ilimitado, se respira “calidad de vida”.

Sin embargo, todos los seres humanos, vive semejantes vivencias internas, más allá de la situación económica que tengan.

Para todos los seres humanos, errores, fracasos y dolores se alternan con momentos de aciertos, serenidad y alegría. Es la vida misma. Viven también situaciones que hacen que el  alma se convierta en un campo de batalla. Momentos en los que se cuestiona si cerrar o abrir.

Me decía un profesor suizo, mientras tomábamos un té, en el puerto de Locarno, una  ciudad  turística ubicada a orillas del  Lago Mayor,  que a menudo, se debatía en la duda de aislarse o fluir, de atrincherarse o salir a la intemperie.  No entendí muy bien  a qué se refería, sin embargo por lo que contaba, me parecía que su debate era entre quedarse en el patio de butacas de su privacidad de bienestar y rutina y vivir de vez en cuando una aparente  sociabilidad  afable hecha de fingimientos  alrededor de una cerveza o asistiendo a eventos deportivos o culturales,  o subir de verdad al escenario y asumir un papel más activo y menos hipócrita en la vida social, integrándose en un grupo donde compartir ideales. Por un momento me habló de la nostalgia que a veces sentía de vivir en una verdadera comunidad.  Es una reflexión que escucho a menudo; una sed común entre los hombres y mujeres de nuestro siglo.

La  sociedad que llamamos moderna,  parece que viva sobre las cenizas de la vida en comunidad que caracterizó algunos tiempos pasados.   Aunque los medios tecnológicos nos hayan conectado con todo el mundo y se hayan abierto las ventanas de la globalización, se vive un individualismo atroz; se levantan constantemente muros que encarcelan a las personas. Aún viviendo siempre acompañados, se siente un aislamiento vital, producido por el no poder compartir y  por el miedo de los unos a los otros.

En realidad aunque muchas de las horas del día se viva en contacto con otros seres humanos, en el trabajo, en el bar, en la calle, en actividades deportivas, culturales, festivas, políticas, o aparentemente religiosas, se añora un espíritu de comunidad real, basada en una unidad espiritual y en una escala de valores.

Solamente profundos valores compartidos hacen caer todas las mascaras y  los muros detrás de los cuales nos escondemos. Solamente ciertos valores nos permiten  relacionarnos de persona a persona. La comunidad es un modo de habitar el mundo, es un modo de vivir una fraternidad verdadera,  que invita a alcanzar la hondura del corazón humano.

 

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com