Pepa se llamaba mi abuela. Una anciana pequeñita, vestida de negro, que en un rincón soleado del patio de mi casa natal limpiaba acelgas, pelaba guisantes o cocía los rotos de mis pantalones. Yo la recuerdo así y nunca imaginé, cuando sentado a su lado escuchaba sus deliciosos cuentos, que no hubiera sido siempre así, que ella también había sido niña y joven audaz, que persiguió sueños y que tuvo que luchar mucho en una época en la que nuestra tierra se moría de pobreza. De hecho, una vez le pregunté a mi madre porque la abuela tenía arrugas y ella me dijo que a las personas les salían arrugas para guardar en cada una de ellas el recuerdo del hambre y el frío que habían padecido en la vida.

¡Qué fortuna tuve! Siempre estaba dispuesta a pasar el tiempo conmigo, a jugar, a llenarme de mimos y caricias y a hacerme disfrutar de las meriendas llenaS de fantasía que me preparaba. Ella era la mejor cocinera, la que con un huevo, un poco de harina y de azúcar era capaz de hacerme un dulce que hoy ni los esmerados estrellatos Michelin lograrían superar. Cuando la acompañaba al mercado, me explicaba cómo escogía los ingredientes más frescos y sanos para combinarlos con cariño y enseñarme a comer las tradiciones culinarias de la tierra. Sabía cómo nadie preparar la berza Jerezana: alubias blancas, garbanzos, acelgas de pencas anchas, apio, lomo de cerdo, morcilla, chorizo, tocino, costilla de cerdo, patatas… Un rito que empezaba teniendo los garbanzos y las alubias en remojo desde la noche anterior.

A veces, pasando delante de un colegio cercano a la redacción, veo a abuelas hablando con sus nietos. Son escenas que me conmueven y me traen recuerdos. Me dejan en la retina retratos de mujeres dulces o inflexibles, tiernas y severas cuando es necesario. Mujeres, esas abuelas, con la mochila de pesada carga familiar cuando en casa hay parados, mujeres que hacen la veces de padres y madres y cuidan de los niños cuando los padres no pueden hacerlo, que saben contar siempre el mismo cuento como si fuese la primera vez, que saben decir guapo y guapa a esos enanitos muertos de sueño sin ganas de entrar en el colegio para darles ánimo, que saben consolar cuando el profesor o el padre les castiga, que saben transmitir valores y mantener los vínculos entre pasado y presente, que saben regalar golosinas y chucherías a escondidas, que se quedarán dormidas al final del día mientras intentan dormir a los nietos, que se esfuerzan en aprender junto a sus nietos a utilizar esos artilugios digitales que la tecnología pone al alcance en nuestros días. Las abuelas son raíces y al mismo tiempo ramas bajo las que protegerse. Las abuelas son mujeres que aman. Mi abuela era especialista en abrazos, y es que las abuelas son mujeres que saben abrazar para llevarse las preocupaciones y dejarnos en la piel esa ternura cálida que reconforta perfumándonos de Vida.

Manuel Bellido
Director del Grupo Informaria
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