Cada vez hay más mujeres en puestos de mucha responsabilidad en el ámbito político. En estos momentos, por citar algunos ejemplos, encontramos mujeres en lugares destacados: algunas por razones hereditarias como Isabel II de Inglaterra o Margarita II de Holanda; otras porque han sido elegidas democráticamente para dirigir sus países, como Helle Thorning-Schmidt en Dinamarca, Alenka Bratusek en Eslovenia o Erna Solberg en Noruega. El caso de Angela Merkel es además muy significativo ya que además de dirigir su país domina la escena europea. Antes que ella, en los últimos 50 años solo Margaret Thatcher había conseguido hacer algo similar.

Hoy Angela Dorothea Kasner (nombre de soltera) de sesenta años, llegada del Este de Alemania, ha hecho del estilo sobrio y no solo en economía un estilo de gobierno. A menudo la prensa alemana la retrata en el supermercado haciendo la compra, o en su casa preparando el desayuno en la cocina, o en un buen restaurante pero nunca de lujo, cenando con amigos. La revista Forbes la ha señalado como la mujer más poderosa del mundo por séptima vez consecutiva. Angela Merkel es hija de un pastor luterano que decidió durante su juventud trasladarse voluntariamente a Alemania del este. De ese periodo no se conoce mucho, tan solo que fue una brillante estudiante de Física. Su nombre comienza a sonar en 1989 cuando el gran padre de la reunificación alemana, Helmut Kohl, la tiene como una de las más cercanas colaboradoras. En los años posteriores ella misma declarará que pudo hacer esa carrera política “por ser mujer y porque en aquel momento servía una mujer”. El apellido Merkel es el de su primer marido, que ella mantiene incluso después de la separación e incluso en su segundo matrimonio. En 1998 abandona al “padre” Kohl invitándolo a desaparecer de la escena tras un escándalo político. Lo ha hecho hasta ahora y sigue demostrando un gran compromiso y coherencia política.

Otra mujer que también me llama poderosamente la atención es Aung San Suu Kyi, la llamada Gandhi birmana. Candidata a las próximas elecciones presidenciales de su país, premio Nobel por la Paz en 1991, ha dedicado toda su vida a servir a su país. Pequeña de estatura pero muy tenaz, sigue luchando por la democracia y el respeto a los derechos humanos en Birmania. Tras veinte años de reclusión en su país (estuvo arrestada en su domicilio desde 1989 hasta 2010), le fue concedido el premio Sakharov en 1990 y el premio Nobel por la Paz en el 91 y pudo dejar su casa-cárcel en Birmania. Muchos otros reconocimientos le han llegado desde muchas organizaciones internacionales por el valor demostrado contra un régimen que había encarcelado también la democracia. Gracias a que su madre fue Embajadora le permitió estudiar en escuelas de la India y realizar las carreras de Filosofía, Política y Economía en Oxford. Estas experiencias también contribuyeron a dar una dimensión internacional a su formación, poniéndola en contacto con otras tradiciones y culturas políticas no violentas.

En España tampoco faltan grandes figuras en los vértices actuales de responsabilidad. Creo que el 8 de marzo, podría ser una ocasión no solo para conmemorar la lucha de la mujer por su participación en pie de igualdad con el hombre, sino también para reconocer el valor de muchas y muchas mujeres que de un modo u otro han marcado y están marcando la historia.

“Nadie, cuando enciende una lámpara, la pone en un sótano ni debajo de un almud, sino sobre el candelero, para que los que entren vean la luz”. La sociedad tenemos esta asignatura pendiente, asumir una actitud más positiva, criticar menos y reconocer más.

 Manuel Bellido

por @mbellido

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