Elevarnos a las estrellas

Las circunstancias de la vida nos llevan a veces a bregar contra molinos de viento. Esa imagen que nos dejó Cervantes en su Don Quijote de la Mancha, me recuerda alguna que otra experiencia vivida recientemente. El caso es que las aspas del molino no siempre nos arrojan al barro, a veces, para fortuna nuestra, nos elevan más cerca de las estrellas. Será que Dios escribe derecho sobre renglones torcidos o que no hay mal que por bien no venga. Decían también los antiguos que no hay daño que no tenga apaño. En fin que a veces a quien intenta hacernos daño le sale el tiro por la culata porque en el fondo ese daño nos ha hecho crecer.
Así pasamos de un primer estado de zozobra o desasosiego a un momento de lucidez que nos refuerza y nos empuja hacia delante con mayor conciencia. Vivir la templanza en momentos difíciles nos aporta su propia sabiduría de protección del dolor, de aceptación de los límites humanos y la asunción del fondo de la realidad, comprendiendo que la vida continúa más allá de que alguien se empeñe en fastidiarnos. Por tanto ante una contrariedad hay que darse tiempo y no forzar nada. Prudente y sensata consideración es que el tiempo siempre termina poniendo en su sitio la verdad.
El candor de los niños asombra y deslumbra cuando después de haber recibido una riña, vuelven a brillar y son capaces de las mejores de las sonrisas. . En esta sociedad cuyos pretendidos valores están viciados por la mentira y el doble discurso hay personas honestas que difícilmente llegan a sospechar nunca de la maldad de los otros. Se conceden siempre el hábito de la duda y siempre practican la tolerancia. Cada persona puede forjar en cada circunstancia su propia grandeza y aunque las aspas de los molinos intenten echarnos a tierra con un poco de habilidad y paciencia nos encontraremos a varios metros por encima del suelo, más cerca de las estrellas.