La globalización está afectando a muchos aspectos de la vida de nuestro hermoso planeta y esto nos lleva a pensar que estamos llegando a un nuevo límite de posibilidades de explotación del modelo de sociedad vigente hasta ahora. Uno de los factores que están condicionando estos cambios son los movimientos migratorios cada vez más intensos. De hecho, una de cada 35 personas en el mundo es un inmigrante internacional, algo que da forma a una nueva sociedad, más multicultural y multireligiosa.

A esta realidad y a las nuevas tecnologías, les debemos una mayor interconexión de la humanidad que hace que las fronteras se debiliten y que sea cada vez más necesario decidir entre confiar o desconfiar, entre buscar un diálogo o rechazar a otros seres o grupos de seres humanos de manera más directa. No es solo Internet lo que nos conecta. A esta conectividad tecnológica por la red hay que añadir conexiones producidas desde el espacio exterior de la Tierra, donde más de 3.500 satélites hacen que llegue información a muchos miles de millones de personas a la vez. Y siempre en el cielo, pero un poco más cerca de la superficie terrestre, en algún momento del día se concentran volando casi 50.000 aviones transportando a miles de personas por todas las naciones del mundo.

Esta interconexión hace que ante nuestros ojos se abra a diario un panorama multicolor, desigual, abrupto, rico y variado en el campo cultural y religioso, y que crea tendencias que se desarrollan en direcciones opuestas. Si no aceptamos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, individualismos y otros ismos varios, corremos el riesgo de empobrecernos. Por contra, si nos abrimos a descubrir la verdad y a valorar el bien que puede haber, y que, frecuentemente, hay en los demás, sin renunciar a la propia identidad religiosa y cultural, el efecto será el de un enriquecimiento recíproco. No hablo solo de elementos externos o folclóricos, sino de todo aquello que produce el énfasis que cada cultura pone en determinados valores más que en otros.

Los esfuerzos que se hagan a través de la educación en valores por fomentar la construcción de relaciones equitativas entre personas, comunidades, países, religiones y culturas, son necesarios y seguramente nunca nos parecerán suficientes.

La educación intercultural desde edades tempranas ha de preparar una convivencia pacífica a todos los niveles, sobre todo para reforzar el compromiso común de ser constructores de unidad y de paz, especialmente allí donde la violencia y la intolerancia racial y religiosa tratan de excavar un abismo entre los componentes de la sociedad. Se trata de incorporar una nueva óptica que nos lleve al reconocimiento y aceptación del otro, para contribuir a construir la unidad de la familia humana.

Muchos hablan de la necesidad de la tolerancia. No dejo de reconocer que la tolerancia en sí es la habilidad de coexistir pacíficamente evitando luchas y guerras, pero estoy convencido de que el diálogo supera la tolerancia, porque nos hace dar lo mejor de nosotros mismos y abrirnos a recibir lo mejor del otro. Hay una regla de oro, no siempre fácil de poner en práctica que, a lo largo de los siglos, ha permitido diálogos fructíferos: “Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti”.

Manuel Bellido

bellido@agendaempresa.com

www.manuelbellido.com

www.hojasdelibros.com

@mbellido

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com