En la convivencia social, para aspectos fundamentales o menos trascendentes, la sociedad tiene normas de comportamiento. Sin embargo, cada vez más noto en el tejido social y en su vivir cotidiano que éstas, no sólo no se conocen, sino que no se quieren cumplir en lo más mínimo. Me refiero a la limpieza de nuestras ciudades. Ciertas actitudes vandálicas, bárbaras y maleducadas hacen que nuestras ciudades alteren su paisaje urbano desfigurándose y afeándose, proyectando una imagen caótica que produce rechazo. En realidad, no harían falta ni siquiera reglas. En la cultura de una sociedad, en la cual el deber se tendría que adecuar a la consecución del bien común, y éste se alcanzaría con la aportación y el esfuerzo de todos dejando a un lado los intereses particulares, sobrarían las reglas. Nuestras ciudades, por mucho que se esfuercen los servicios de limpieza, siguen estando sucias, oliendo mal y dando un sentido de abandono y dejadez. La ciudad, como ninguna otra obra humana, habla de la sociedad que la compone. Una ciudad habla de sus ciudadanos. Y muchas de nuestras ciudades dejan en mal lugar a sus habitantes. Es difícil caminar por alguna ciudad del sur, sin encontrar en sus calles hierbas y matorrales donde no hay jardines, losetas rotas, baches, pavimentos y carriles bici agrietado, vegetación y árboles secos, jardines indecentes, basuras de todo tipo justo al lado de los contenedores de basuras, papeles, plásticos, botellas, cacas de perro en las aceras, farolas rotas, mobiliario urbano destrozado, y graffiti, muchos graffiti, pintadas, inscripciones, firmas o manchas sobre paredes y monumentos. Ni siquiera el carácter coercitivo de las normas jurídicas bastan para superar “otra lógica”, la del “hago lo que me da la gana”, “y a mí qué me importa”, “me da igual”, etc., etc. Es más, cuando paseando por las calles de tu ciudad llamas la atención a un par de energúmenos de joven edad que están rompiendo una papelera urbana, para esas “criaturitas” uno pasa a formar parte inmediatamente de la categoría de “enemigo” arriesgando incluso de salir mal parado. Una dimensión individualista, cafre y pasota se está apoderando cada vez más de ciertas capas de las nuevas generaciones. ¿Algunos padres podrían dejar por unos instantes de ser “colegas” de esos muchachos y con un mínimo de autoridad enseñarles que la libertad nada tiene que ver con la mala educación? Un comportamiento respetuoso con las personas y las cosas que nos rodean es un quehacer sencillo que seguro mejora extraordinariamente el curso de la propia vida y de la colectividad. ¿Podría ser esa la base de una nueva materia escolar que contiene las palabras ciudadanía y educación?

por @mbellido

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