Hay cosas que nunca se olvidan de nuestra infancia. No se olvidan los árboles y las calles de la ciudad que nos vio nacer, tampoco se olvidan los objetos de la casa paterna, la ternura de los abuelos, la música y la literatura que nos acompañó creciendo, las historias y los cuentos que escuchamos de labios de nuestros padres, los helados de chocolate que mancharon manos y vestidos, las pesadillas y los monstruos que nos asustaron o la mirada de aquella chica que un día despertó la fragilidad del corazón.
Con el pasar de los años, cada cosa nombrada o evocada, se convierte en una especie de relámpago que alumbra el camino recorrido y nos lleva al centro vital de nuestra alma mientras caminamos por el borde de los sonidos, de las palabras y de las imágenes.
Entre las carpetas que conservo con recuerdos de mi infancia y adolescencia he encontrado unos diarios míos de 1972. En ellos no hay exceso de palabras: Lo que escribía era casi todo muy esencial. Recuerdo que cada noche antes de dormir me enfrentaba doblemente a la página en blanco del diario y a mi espíritu que viajaba constantemente hacia un alba imprecisa. Me reconozco en esos diarios, un “indignado” de aquellos tiempos.
En aquellos años me sentía empujado a escribir lo que sentía, pensaba y vivía y por eso abría cada noche aquel diario para contarme como había transcurrido el día. Conocía mis innumerables límites con la escritura y probablemente intuía ya que el oficio de escritor está hecho de ascética y oficio y no solo de ganas.
Leyendo esos escritos encuentro carencias literarias. Son textos faltos de esa madurez depurada que dan los años, pero encuentro autenticidad, esperanzas, experiencias vitales, extrema sensibilidad, intimidad y denuncia. Probablemente como todo hijo del 68 yo buscaba una sociedad donde la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad se realizaran simultáneamente.
A los indignados de entonces nos alimentaba la tolerancia, a los de hoy en España, que son cada vez más minoritarios y más extremistas, los alimenta el rencor de una extrema izquierda que al no tener el respaldo de las urnas tiene que hacer ruido para que se les vea.
Qué se puede esperar de estas personas, cuando el objetivo que manejan en estos días en sus reuniones es el de reventar la Jornada Mundial de la Juventud o enturbiar la misa del martes en la plaza de Cibeles. Tolerancia cero. La libertad es un bien fundamental de la persona y de la sociedad. Y una sociedad democrática debe garantizarla para todos. También para el millón de personas que acudirá a la JMJ.

por @mbellido

La web del periodista Manuel Bellido Bello con opiniones, artículos y entrevistas publicados desde 1996. Manuel Bellido https://en.gravatar.com/verify/add-identity/09e264a7e3/manuelbellido% 40manuelbellido.com

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